Las cajas lumínicas de Dana Aerenlund
El teatro carlos lazo, de la facultad de arquitectura de la unam, es un lugar particularmente importante en la vida cultural de la ciudad de méxico, no solamente porque en ese recinto se han presentado espectáculos artísticos y reuniones académicas de excelencia a lo largo de sus más de cincuenta años de funcionamiento ininterrumpido, sino también, porque como toda sala teatral que se respete, tiene fantasma.
Aunque tal cosa a mi no me consta, he trabajado allí en varias ocasiones, frecuentemente a deshoras de la madrugada, pero nunca se me favoreció con aparición ni espanto, mientras a varios de mis colegas sí, según afirman. Lo del fantasma no es cosa extraordinaria porque son casi obligatorios o por lo menos frecuentes los rumores de que esos entes o substancias se aposenten en salas de espectáculos de acuerdo a la vocación fabuladora de la gente de teatro.
Pero hay otra particularidad en las entrañas de ese recinto universitario, menos alucinante, pero más concreta y verificable. Bajo sus cimientos y bajo la piedra lava que les sirve de asiento, hay una grieta por la que corre un río, en tiempos de creciente deja oír su flujo caudaloso. Para escucharlo es necesario descender hasta el sótano oscuro, en cuyo fondo se pierde en las anfractuosidades de la roca volcánica la hoquedad, verdadera imagen del inframundo que se antoja soñada por el dante.
- José de Santiago Silva